Se persiguen las motas de polvo bajo mi ventana, se persiguen juguetonas unas a otras entre los rayos de cálida luz matinal.
Las observo con los párpados pegados por la duermevela vespertina, entre las sábanas chivatas de noches difíciles.
Me siento y al respirar profundamente las motas de polvo fluctúan en el pesado ambiente. El piso es de madera, de una madera agujereada por la historia, como el alma humana. En esa madera se comen las termitas mis sueños, esos sueños peregrinos que encontraron un hueco entre mí y la realidad, liviano y vigilante en mi corazón.
Tan lejos de todas partes y tan solo de todo el mundo. Sin hogar, ni pertenencia. Viviendo en huida ha terminado todo amontonado bajo mi ventana, donde se persiguen las motas de polvo.
Mis dedos asoman por los calcetines como gusanos sobrealimentados. Aparece en mi vista desenfocada un pequeño ratón frotándose los ojos en una graciosa parodia de mí mismo. Curioso el ratón no me mira, ni le importo, y corre hasta el pie del atril que descansa contra la ventana. Sube por él.
El ratón mira al exterior desde el atril, hacia un mundo pintoresco tras el cristal. Recortada su figura sobre el cielo furibundamente azul, mueve sus manitas coomo un pequeño dictador. Y pronto aquel peludo director de orquesta ordena y dirige a las motas de polvo en danza maravillosa, interpretando una música dulcemente silenciosa.
Y allí, sobre el atril, me eclipsa. La sencillez destilada por esos cómicos bigotes muerde mis aspiraciones, creando belleza más allá de pensamientos, logros y egos.
Bajándose del atril con la misma agilidad con la que subió, vuelve a su agujero y las motas de polvo vuelven a perseguirse unas a otras entre los rayos de cálida luz matinal.
Las observo con los párpados pegados por la duermevela vespertina, entre las sábanas chivatas de noches difíciles.
Me siento y al respirar profundamente las motas de polvo fluctúan en el pesado ambiente. El piso es de madera, de una madera agujereada por la historia, como el alma humana. En esa madera se comen las termitas mis sueños, esos sueños peregrinos que encontraron un hueco entre mí y la realidad, liviano y vigilante en mi corazón.
Tan lejos de todas partes y tan solo de todo el mundo. Sin hogar, ni pertenencia. Viviendo en huida ha terminado todo amontonado bajo mi ventana, donde se persiguen las motas de polvo.
Mis dedos asoman por los calcetines como gusanos sobrealimentados. Aparece en mi vista desenfocada un pequeño ratón frotándose los ojos en una graciosa parodia de mí mismo. Curioso el ratón no me mira, ni le importo, y corre hasta el pie del atril que descansa contra la ventana. Sube por él.
El ratón mira al exterior desde el atril, hacia un mundo pintoresco tras el cristal. Recortada su figura sobre el cielo furibundamente azul, mueve sus manitas coomo un pequeño dictador. Y pronto aquel peludo director de orquesta ordena y dirige a las motas de polvo en danza maravillosa, interpretando una música dulcemente silenciosa.
Y allí, sobre el atril, me eclipsa. La sencillez destilada por esos cómicos bigotes muerde mis aspiraciones, creando belleza más allá de pensamientos, logros y egos.
Bajándose del atril con la misma agilidad con la que subió, vuelve a su agujero y las motas de polvo vuelven a perseguirse unas a otras entre los rayos de cálida luz matinal.
De Carlos B.T. Chaplin
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